
Escucho en la radio (RNE, Nieves Concostrina) sobre la cantidad de seres humanos disecados que existen en museos de historia natural de todo el mundo. Recientemente se están devolviendo algunos a sus lugares de origen para ser inhumados convenientemente, pero aún así siguen quedando centenares. Lo que me llama la atención de este asunto es el punto de vista de las personas que lo hacía, lo encargaban o los exponían. Está claro que lo de que la percepción de la unicidad de la humanidad es una construcción reciente. El "racismo", la percepción de las razas ajenas como sustancialmente diferentes, tan diferentes como animales, debía ser una idea asumida como totalmente natural, tan obvia y evidente como que el sol sale por el este y se pone por el oeste.
Para los que sabemos que la tierra gira sobre si misma, lo del este y el oeste lo vemos como una interpretación naïf de algo más complejo. También sabemos que la diferencia genética es mínima, que todos tenemos lenguajes complejos muy equivalentes, que todo sentimos y expresamos. Que en realidad somos idénticos. Para los que percibimos esa identidad como evidente natural e inexcusable aquellos embalsamadores de indígenas (y no tan indígenas, porque la historia principal de la Concos es de un Eapañol de la guerra de la independencia disecado y expuesto en Francia) nos resultan incomprensibles.
Ese racismo profundo, hasta el tuétano, que diseca aborígenes por el bien de la cultura, es una variante exagerada que yo creo que está superada de forma muy general. Otra cosa es la sensación de pertenencia a un grupo y la subsiguiente oposición a los demás, a la West side Story. Ese gregarismo tiene en la raza uno de sus elementos de agarre, pero también en la religión, la ideología, los gustos estéticos o el género. Ese racismo, con todo lo detestable que nos pueda seguir pareciendo no deja de ser menor, circunstancial, incluso educable.
A lo largo de miles de años de evolución la cohesión del grupo ha sido, sin duda alguna, una ventaja adaptativa fundamental. Y esa cohesión del grupo exige una demarcación clara de lo que es el grupo y lo que no. Así, la agresividad con "lo que no es el grupo" es una parte consustancial de esa tendencia adaptativa.
Pero ese lado oscuro del sentimiento de pertenencia al grupo se puede canalizar razonablemente. Una forma muy ingeniosa es la de la pertenencia telescópica. Por un lado soy de mi familia, luego de mi pueblo, luego de mi región (y equipo de fútbol), luego de un país, de un continente y de la humanidad entera en última instancia. Así el del pueblo de al lado es rival en un plano pero es colega en el siguiente. Otra idea buenísima es la ritualización de la pelea entre grupos rivales a través del deporte. Un partido de fútbol o una carrera son peleas inocuas a través de las que canalizar el sentimiento de rivalidad con el otro.
Por otro lado, la tendencia histórica (esta no milenaria, evolutiva, sino centenaria, histórica) a ir reconociendo como iguales a los lejanos, los que solo son aparentemente distintos, continúa saltándose la "barrera" de la especie. Y es en esa línea donde se enmarcan la protección de los toros que recientemente ha salido tanto en los medios o el movimiento de solidaridad con los grandes primates. No sería raro que dentro de unos años se vea el trato de hoy a los gorilas con la misma repugnancia que vemos el que se pofirió en su día al "negro de Bañolas"