lunes, 24 de marzo de 2008

Historificando recuerdos


Estoy leyendo el libro que ha escrito el tío Carlos sobre la historia de su padre, mi abuelo: Don Luis. Seguramente hay unas cuantas incorrecciones históricas, mi padre, que lleva años buscando documentos, insiste en ello, pero está muy bien escrito y da una imagen muy realista tanto del personaje como de la época. Una gran parte de las historietas las había oído muchas veces en reuniones familiares, pero verlas reunidas ordenadamente es estupendo. A ratos lo leo como una novela más, otras me emociona por la proximidad, por el conocimiento de primera mano de personajes y lugares.

Escribirlo ha debido resultar toda una experiencia personal, porque sólo leerlo ya lo es... Las anécdotas familiares, motivo de sonrisa entre primos, se convierten en negro sobre blanco con márgenes alineados. Lo que habitaba en la cabeza, vivo y plástico, se exterioriza, se enajena, se congela. También se embellece y se perpetúa. Recuerdos disecados. Historia.

Dicen que uno vive hasta que mueren sus nietos. La presencia de una persona desaparecida perdura en los que la conocieron directamente, y desaparece con ellos. Supongo que es la presión de este hecho, de forma más o menos consciente, lo que está empujando en estos tiempos a tantos sexagenarios (y septuagenarios) a conservar recuerdos de sus padres, a escribirlos. Ellos, para empezar están vivos, pero además no ven borrarse su legado, quedan hijos y nietos muy a mano. Sin embargo sus padres desaparecerán con ellos casi por completo, y es urgente rescatarlos de ese olvido acechante.

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