Siento hoy que el peso de la familia (tanto heredado como aprendido, esa distinción ahora no importa) es mucho más determinante de lo que creí. Deslocalizados, leidos y escribidos (como dice Carlos), empleados por cuenta ajena, muchos funcionarios, muchos profesores; ni uno ha puesto un bar o una perfumería. No es solo ese aire de familia en la apariencia física que nos hace tanta gracia en las reuniones de primos, mirándolo con cuidad es mucho más, y además desde hace generaciones. Hay antepasados notarios y catedráticos, militares y maestros.
No se si esa deslocalización, que partiendo del abuelo Luis (si no de antes) nos afecta a sus descendientes va a poder seguir siendo algo distinto del desarraigo. El derribo este otoño de la casa de La Fuente a mi me está removiendo mis propios cimientos (como se me nota a menudo), pero quizá no sea más que una etapa más en un camino ya avanzado. Parece que el arraigo requiere una tierra, pero no hay porqué no superar el símil vegetal del que tomamos la palabra. Habra que esforzarse por inventar un arraigo personal hidropónico ;)
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