
En el museo Guggenheim de Bilbao no dejan hacer fotos. Nadie vigila que no las hagas, pero no está permitido y yo quise cumplir. Pero al llegar al baño no pude más e hice una. La disposición de los baldosines de la pared no tiene nada que envidiarle a algunas de las piezas que están al otro lado de la puerta. Los baldosines de 15 cm de lado ya no son comunes, ahora se llevan más grandes. Ese formato es un guiño melancólico a los cuartos de baño de la infancia del observador. Por otro lado, el uso de diversos colores da un tono alegre que contrasta con la melancolía sugerida por el formato. Sin embargo la combinación de colores precisa es un poco errática, y se basa en colores como el celeste y el ocre que resultan feos aisladamente y más aún en conjunción. Por último, la colocación del urinario en el centro de la combinación de azulejos le da el toque Kitsch definitivo, reforzado con un suave aroma inconfundible.
Si me dejan puedo escribir el texto de la audio-guía del meadero, los extintores y las salidas de incendios. La clave está en haber disfrutado de las obras de verdad, dejándose excitar a gusto el sentido estético, hasta embotarlo. A partir de ahí hay un rato en que todo es precioso, y puedes encontrar deleite estético en cualquier cosa. Pasado ese rato viene el bajón y ya todo parece igual (y mediocre), se acabó la magia.
Me decía mi artista profesional de cabecera que la esencia del arte está en el proceso intelectual del artista. No me atrevería a negarlo. Es más, es en ese contexto en el que alcanza su pleno sentido ese cuento de Borges en el que un autor intenta escribir una obra que resulta ser El Quijote, con inmenso esfuerzo y sufrimiento, claro; el resultado, siendo idéntico es a su vez, totalmente distinto al de Cervantes. Vale, sin duda eso es importante, además del punto de vista del actor me falta el del espectador. Arte es lo que disfruta un espectador ¿no? aunque sea la pared del servicio.