domingo, 31 de agosto de 2008

Café de la mar

Aún existe la ruina del Café de la mar, y me ha recordado este texto que escribí hace ya cinco años:

En un lugar dela playa, en una de las escasísimas zonas en las que no se ha construido una urbanización y aún se puede acceder desde la carretera a la playa hay un garito que ha estado funcionando durante dos décadas hasta que este año (2003) parece que ha cerrado definitivamente.

El bar ocupa lo que fue la casa e un pescador. Todavía hay quien recuerda al tío Pep, creo que se llamaba, el pescador que se la vendió a un joven que lo transformó en un bar, en un café. La edificación es lo de menos, de hecho sólo contenía los servicios y el almacén. El lugar era básicamente un jardín con césped bien cuidado, caminos de grava fina, palmeras ya muy grandes y unas farolas de luz indirecta que hace quince años resultaban muy originales.

Durante años hemos pasado allí las noches de agosto, escuchando buena música y dedicados a la vida social light propia del veraneo. En los últimos años la cantidad de parroquianos fue disminuyendo, al final sólo abría los fines de semana. Luego una denuncia de los vecinos de las urbanizaciones próximas obligó a poner la música a un volumen ridículamente escaso que, probablemente, acabó de rematar la existencia del lugar como bar nocturno.

Sorprendentemente, el sábado por la noche el descampado que hacía de aparcamiento del bar comenzó a llenarse de coches como en sus momentos de máximo esplendor. Hacia la una y media de la madrugada estaba prácticamente lleno. Pero los ocupantes de esos coches no resultaron ser clientes de un local con licencia de apertura y que paga sus impuestos sino autores del botellón más infame.

Algunos grupos de ocho o diez personas se perdían por la playa con sus bolsas del hipermercado correspondiente llenas de copas a granel y puede que de otros placeres para mí desconocidos. Otros grupos, de veinte o veinticinco personas fueron tomando el paseo marítimo, al pié mismo de las urbanizaciones. Al cabo de una hora, más o menos borrachos, cantaban y rompían botellas contra el suelo. Pero la inmensa mayoría se quedó alrededor de los coches, iluminados por las luces de emergencia, por unos extraños neones y flases, con las puestas abiertas de las que emergía un caótico sonido de ritmo machacón que, probablemente, era música bacalao embarullada la de unos coches con la de otros.

La situación me resultó sorprendente. Parece como si ese lugar estuviera marcado por el destino para el entretenimiento nocturno de la juventud, y que ese destino fuera capaz de abrirse paso a través de cualquier circunstancia. A la hora de comparar como era esa diversión el sábado y como era un sábado de hace dos años, me quedo con mucho con la del pasado. En parte por edad y situación personal: ese era uno de mis bares favoritos. En parte por puro espíritu estético romántico: me parece mucho más elegante pelar la pava sentado en sillas de lona sobre el césped oyendo buena música que hacerlo en un arenal medio aparcamiento medio descampado, entre coches y bebiendo en vasos de plástico.

También me quedé pensando en los honrados propietarios de los apartamentos de la zona. Al dueño el bar le demandaron por la música del local y ganaron. ¿A quien se le demanda ahora? Sin duda el ruido de los cantores, de las botellas rotas y de los coches era más desagradable, y probablemente hasta más sonoro que el del demandado, pero este no tiene un responsable concreto. El botellón tampoco tiene una hora de cierre reglamentada, ni servicios (mucho menos limpios) ni contenedores de basura ni salidas de incendios...

Supongo que a no mucho tardar derribarán la casa del pescador, y ella, el jardín y el descampado que hacía de aparcamiento se convertirán en solar urbanizable, en el que flamantes edificios, en primera línea de playa, acogerán más honrados propietarios acabando con ese pequeño espacio de desorden de rompía la uniformidad de muchos kilómetros de playa.

En el fondo es la versión playera del Pom café, que fue sucedido por un banco, o la galería de arte de la esquina, a la que le ocurrió lo mismo. En la ciudad hace ya años que ese efecto de desaparición de locales con glamour dejando paso al progreso ha dejado de sorprender. Sorprender quizá no, pero a mi me sigue dando pena.

Gola Blanca, El Perelló, Valencia, 11/08/2003 1:19

miércoles, 13 de agosto de 2008

Culpas colectivas personales

Anoche tuve una cena en la que me enzarcé en una de esas clásicas discusiones, aparentemente infinitas, sobre la religión, la educación, la izquierda y la derecha y demás temas eternos. Puede que una parte importante de esas charlas sean puro juego retórico, donde el manejo de los argumentos se retuerce por pura diversión, como en las ligas de debate. Pero no todo, yo jamás hubiese defendido con la misma energía los argumentos contrarios.

Me llama la atención cómo hemos asumido una espesa “culpa” individual por los problemas colectivos. Aunque sepamos que la inmensa mayoría del agua se utiliza en ineficientes riegos por inundación, y que porcentajes enormes se pierden en canalizaciones inadecuadas, el que no cierre el grifo mientras se lava los dientes es un inmoral. Y entre otras cosas, su insolidaridad le invalida cualquier juicio sobre el problema del agua. Análogamente, sólo se puede hablar de relaciones laborales, el funcionariado y demás, desde un cumplimiento horario mucho más extenso de lo contratado. Parece que partiendo de la socialización de cualquier responsabilidad individual el péndulo se ha deslizado al polo opuesto y ahora personalizamos los problemas colectivos; lo que es doblemente absurdo, tríplemente si se hace autodeclarándose de izquierdas.

Rothko pop in my summer window

Poniente


Poniente fuerte. Los colores son distintos. La bruma sobre el mediterráneo es barrida hacia dentro por el viento interior y el aire queda de una transparencia inhabitual. Al fondo se dibujan con precisión una docena de inmensos cargueros llenos de contenedores esperando su turno para atracar en el puerto. Hoy no tendremos el cuerpo pegajoso, y tendremos frío al salir del mar. El pan estará crujiente y el paisaje tendrá límites definidos.